"El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe “en grupo”, nunca el héroe individual, el héroe solo" (Oesterheld, El Eternauta)

sábado, 3 de marzo de 2012

CUENTO FOLCLÓRICO Y CUENTO MODERNO

En el principio fue el cuento popular o folclórico. El folclore representa el conjunto de tradiciones culturales de un pueblo: formas de hablar, vestir o comer, modos de pensar o relacionarse entre sí, etcétera. Estos cuentos constitu­yen una parte importante de esas tradiciones populares  y  sobrevivieron a lo largo de la historia porque eran transmitidos en forma oral hasta que luego fueron finalmente documentados por escrito. Son anónimos porque el autor es la propia comunidad que las difunde de boca en boca y de generación en generación.
El modo de difusión (oral, tradicional, popular, anónimo) determinó uno de los aspectos básicos del gé­nero: la repetición. La mayoría de los cuentos populares presenta una estructura semejante, estilo pareci­do y un conjunto de temas o motivos recurrentes:

§          en cuanto a la estructura, los cuentos populares relatan una anéc­dota de manera casi lineal (introducción, conflicto, desenlace);
§          en cuanto al estilo, emplean frases breves y simples, presentan re­peticiones y fórmulas fijas (por ejemplo: "Había una vez", para los inicios; "Y así fue", para el desenlace), incluyen variedades regiona­les y registros orales y familiares;
§          en cuanto a los temas, o tratan asuntos de la vida cotidiana (rea­listas) o tratan asuntos fabulosos y sobrenaturales (maravillosos), producto de antiguas leyendas o mitos.
Su finalidad era tanto entretener —por eso se narraban en las horas de descanso de las tareas del campo, en la cena familiar, las fiestas o los velorios— como mo­ralizar —por eso concluían, más o menos explícitamente, con una moraleja.
Sobreviven testimonios de la antigüedad (como el relato egipcio), pero es en la Edad Media cuando los cuentos populares alcanzan su mayor apogeo. En las historias que cuentan abundan los hechos fabulosos (acordes con el pensamiento mágico y religioso del hombre medieval) o paisajes pobla­dos de castillos y de bosques.
Sin embargo, en el siglo XIV —sobre el final del medioevo—, co­mienzan algunos cambios. Se difunden las primeras co­lecciones de cuentos populares producidas por escritores conocidos: El Decamerón, del italiano  Giovanni Boccaccio, Los cuen­tos de Canterbury, del inglés Geoffrey Chaucer, El libro del Buen Amor, del español Juan Ruiz, entre otros.
A partir de algún hilo conduc­tor, los autores encadenaban una serie de cuentos folclóricos, generalmente de carácter realista y pi­caresco. Por ejemplo, en El Decamerón, diez jóvenes nobles escapan de la peste que asolaba Flo­rencia y se refugian en las afueras de la ciudad. Allí, para pasar el tiempo, se proponen contar diez cuentos cada uno a lo largo de diez días. En boca de esos perso­najes, Boccaccio reciclaba viejas historias de origen popular.

Hacia el siglo XIV, comienzan a advertirse algunos cambios en la historia de los cuentos folclóricos: el surgimiento de auto­res que se encargarán de reelaborarlos (como Boccaccio) y el predominio de la tendencia realista en los relatos (en detrimento de la maravillosa). En aquel siglo empezaba a manifestarse un cambio social de gran magnitud: el paso de una sociedad medieval (con una economía centrada en el campo, un discurso religioso dominante, nobles y clérigos como grupos privilegiados) a una sociedad capitalista (con una economía centrada en el comercio de manufactura, un discurso científico en progreso y burgueses —los que vivían en los burgos o ciudades— como clase favorecida). Estas transformaciones se consolidarán en los siglos siguientes. Sobre todo, en el siglo XVI, cuando se inicia la edad Moderna. Las historias de Boccaccio (entre otros escritores), al apartarse de las vidas ejemplares de santos o de las leyendas de carácter religioso, y recuperar los discursos de la vida cotidiana del pueblo (menos sagrados y más picarescos, como las historias de maridos engañados y mujeres seducidas) estaba en consonancia con esos aires modernos.
Fue el momento de máximo esplendor, pero también el de la virtual desaparición del género. Entre otras razones, porque ese modo de re­hilar un cuento con otro a partir de uno o varios personajes iba a contribuir al desarrollo de otro género narrativo: la novela, que se caracteriza, entre otros aspectos, por su mayor extensión.
Hubo que esperar hasta el siglo XIX para que el cuento rea­pareciera, aunque de un mo­do diferente. La publicación de Las mil y una noches (traduci­do al inglés, en el siglo XIX) y las recopilaciones de cuentos folclóricos germanos ("Hansel y Gretel", entre los más célebres) por parte de los her­manos Wilhelm y Jakob Grimm renovaron el interés por el género. Preci­samente, entre principios y mediados del siglo XIX se termina de conformar el cuento moder­no tal como lo conocemos en la actualidad.


Los cuentos modernos mantienen algunas ca­racterísticas del relato folclórico: son narracio­nes ficcionales de breve extensión. Sin embargo, presentan importantes variaciones en cuanto a su origen, su forma de difusión y su grado de ela­boración. El cuento moderno es creado por un autor, no por una comunidad; es escrito y de este mismo modo se lo recibe, una vez que ha pasado por un complicado sistema de reproduc­ción técnica y difusión; además, revela un mayor grado de elaboración tanto en su estructura como en el estilo y los temas elegidos.
Así como el relator del cuento folclórico procuraba reproducir fielmente una historia ya conocida, el escritor moderno busca la originalidad. Así, la repetición fue sustituida por la invención.
No obstante, el escritor norteamericano Edgar Allan Poe, uno de los creadores del cuento moderno, delineó las caracterís­ticas que debía tener un cuento para ser considerado como tal y, de ese modo, estableció un modelo fijo que atenta contra la pretensión de originalidad:

§          Un cuento es una narración breve en prosa cuya lectura requiere entre media hora a dos horas.
§          Debe estar escrito de tal modo que esa lectura sea continua y no se la interrumpa.
§          Por ello debe producir un efecto único y singular, y todos los incidentes y combinación de sucesos deben imponer ese efecto preconcebido por el autor.

  Sobre este modelo —el cuento a lo Poe—, se produjeron infini­dad de relatos que apostaban al efecto perturbador del cuento, a tra­vés de una estructura esquemática (breve introducción, un solo con­flicto y final sorpresivo), un estilo despojado y una temática general­mente asociada al terror o lo extraño cotidiano. 
A fines del siglo XVIII y principios del XIX, en distintos países europeos (aunque los centros fueron   Alemania y Francia), surge un nuevo movimiento estético que conforman jóvenes artistas (escritores, pero también pintores, músicos). Se trata del Romanticismo. Las principales ideas estéticas de los románti­cos pueden resumirse del siguiente modo: énfasis en la libertad creadora, valoración de lo irracional, recuperación de lo popular y lo nacional (en la cultura del pueblo reconocían lo auténticamente nacional). De allí, el interés por lo medieval (la vuelta al pensa­miento religioso o mágico) y la recopilación de expresiones de la cultura folclórica. La difusión de cuentos maravillosos contribuyó al desarrollo de un tipo de relato muy próximo: el cuento fantástico.

Aunque el cuento contemporáneo experimentó algunas transformaciones en su estructura, su esti­lo y sus temas, las ideas del escritor norteamericano siguen vigentes. En especial, su consideración acerca de la brevedad del relato. En el cuento folclórico, la extensión del relato estaba determinada por una anécdota que presentaba apenas unas pocas acciones. En el cuento moderno, en cambio, la brevedad es el resultado de la búsqueda del autor que pretende lograr una mayor concentración expresiva. En ese sentido, el cuento moderno —si bien mantiene la finalidad de entretener— abandonó definitivamente el propósito moralizante propio del relato folclórico. En su reemplazo, persigue una finalidad estética. No por casualidad, Poe también había observado la íntima relación entre el cuento y la poesía.

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