En el principio fue el cuento popular o
folclórico. El folclore representa el conjunto de tradiciones
culturales de un pueblo: formas de hablar, vestir o comer, modos de pensar o
relacionarse entre sí, etcétera. Estos cuentos constituyen una parte
importante de esas tradiciones populares y sobrevivieron a lo largo de la historia porque eran transmitidos
en forma oral hasta que luego fueron finalmente documentados por escrito. Son anónimos
porque el autor es la propia
comunidad que las difunde de boca en boca y de
generación en generación.
El modo de difusión (oral, tradicional,
popular, anónimo) determinó uno de los aspectos básicos del género: la repetición. La mayoría de los cuentos
populares presenta una estructura semejante, estilo parecido y un conjunto de
temas o motivos recurrentes:
§
en
cuanto a la estructura, los cuentos
populares relatan una anécdota de manera casi lineal (introducción, conflicto,
desenlace);
§
en
cuanto al estilo, emplean frases
breves y simples, presentan repeticiones y fórmulas fijas (por ejemplo: "Había una vez", para los
inicios; "Y así fue", para
el desenlace), incluyen variedades regionales y registros orales y familiares;
§
en
cuanto a los temas, o tratan asuntos
de la vida cotidiana (realistas) o tratan asuntos fabulosos y sobrenaturales
(maravillosos), producto de antiguas leyendas o mitos.
Su finalidad era tanto entretener —por eso se narraban en las
horas de descanso de las tareas del campo, en la cena familiar, las fiestas o
los velorios— como moralizar —por
eso concluían, más o menos explícitamente, con una moraleja.
Sobreviven testimonios de la antigüedad (como el relato egipcio), pero
es en la Edad Media cuando los cuentos populares alcanzan su mayor apogeo. En
las historias que cuentan abundan los hechos fabulosos (acordes con el
pensamiento mágico y religioso del hombre medieval) o paisajes poblados de
castillos y de bosques.
Sin embargo, en el siglo XIV —sobre el final del medioevo—, comienzan
algunos cambios. Se difunden las primeras colecciones de cuentos populares
producidas por escritores conocidos: El Decamerón, del italiano Giovanni Boccaccio,
Los cuentos de Canterbury, del
inglés Geoffrey Chaucer, El libro del Buen Amor, del español Juan Ruiz, entre otros.
A partir de algún hilo conductor, los autores encadenaban una serie
de cuentos folclóricos, generalmente de carácter realista y picaresco. Por
ejemplo, en El Decamerón, diez
jóvenes nobles escapan de la peste que asolaba Florencia y se refugian en las
afueras de la ciudad. Allí, para pasar el tiempo, se proponen contar diez
cuentos cada uno a lo largo de diez días. En boca de esos personajes,
Boccaccio reciclaba viejas historias de origen popular.
Hacia el siglo XIV, comienzan a advertirse algunos cambios en la
historia de los cuentos folclóricos: el surgimiento de autores que se
encargarán de reelaborarlos (como Boccaccio) y el predominio de la
tendencia realista en los relatos (en detrimento
de la maravillosa). En aquel siglo empezaba a manifestarse un cambio
social de gran magnitud: el paso de una sociedad medieval (con una economía
centrada en el campo, un discurso religioso dominante, nobles y
clérigos como grupos privilegiados)
a una sociedad capitalista (con una economía centrada en el comercio de manufactura,
un discurso científico en progreso y
burgueses —los que vivían en los burgos
o ciudades— como clase favorecida). Estas transformaciones se consolidarán en
los siglos siguientes. Sobre todo, en el
siglo XVI, cuando se inicia la edad Moderna. Las historias de
Boccaccio (entre otros escritores), al apartarse de las vidas ejemplares de santos o de
las leyendas de carácter
religioso, y recuperar los discursos de la vida cotidiana del pueblo (menos
sagrados y más picarescos, como las
historias de maridos engañados y mujeres seducidas) estaba en consonancia con esos aires modernos.
Fue el momento de máximo esplendor, pero también el de la virtual
desaparición del género. Entre otras razones, porque ese
modo de rehilar un cuento con otro a partir de uno o varios personajes iba a
contribuir al desarrollo de otro género narrativo: la novela, que se caracteriza, entre otros aspectos, por su mayor extensión.
Hubo
que esperar hasta el siglo XIX para que el cuento reapareciera, aunque de un
modo diferente. La publicación de Las mil y una noches (traducido al inglés, en el siglo XIX) y
las recopilaciones de cuentos
folclóricos
germanos ("Hansel y Gretel", entre los
más célebres) por parte de los hermanos Wilhelm y Jakob Grimm renovaron el interés por el género. Precisamente,
entre principios y mediados del siglo XIX se termina de
conformar el cuento moderno tal como lo conocemos en la actualidad.
Los cuentos modernos mantienen algunas características del relato folclórico: son narraciones ficcionales de breve extensión. Sin embargo, presentan importantes variaciones en cuanto a su origen, su forma de difusión y su grado de elaboración. El cuento moderno es creado por un autor, no por una comunidad; es escrito y de este mismo modo se lo recibe, una vez que ha pasado por un complicado sistema de reproducción técnica y difusión; además, revela un mayor grado de elaboración tanto en su estructura como en el estilo y los temas elegidos.
Los cuentos modernos mantienen algunas características del relato folclórico: son narraciones ficcionales de breve extensión. Sin embargo, presentan importantes variaciones en cuanto a su origen, su forma de difusión y su grado de elaboración. El cuento moderno es creado por un autor, no por una comunidad; es escrito y de este mismo modo se lo recibe, una vez que ha pasado por un complicado sistema de reproducción técnica y difusión; además, revela un mayor grado de elaboración tanto en su estructura como en el estilo y los temas elegidos.
Así como el relator del cuento
folclórico procuraba reproducir fielmente una historia ya conocida, el escritor
moderno busca la originalidad. Así,
la repetición fue sustituida por la invención.
No obstante, el escritor
norteamericano Edgar Allan Poe, uno de los creadores del cuento moderno, delineó
las características que debía tener un cuento para ser considerado como tal y,
de ese modo, estableció un modelo fijo que atenta contra la pretensión de
originalidad:
§
Un cuento es una narración breve en prosa cuya
lectura requiere entre media hora a dos horas.
§
Debe estar escrito de tal modo que esa lectura sea
continua y no se la interrumpa.
§
Por ello debe producir un efecto único y singular, y
todos los incidentes y combinación de sucesos deben imponer ese efecto
preconcebido por el autor.
Sobre este modelo —el cuento a lo Poe—, se produjeron infinidad de relatos que apostaban al efecto perturbador del cuento, a través de una estructura esquemática (breve introducción, un solo conflicto y final sorpresivo), un estilo despojado y una temática generalmente asociada al terror o lo extraño cotidiano.
A fines del siglo XVIII y principios del XIX, en distintos países europeos (aunque los centros fueron Alemania y Francia), surge un nuevo movimiento estético que conforman jóvenes artistas (escritores, pero también pintores, músicos). Se trata del Romanticismo. Las principales ideas estéticas de los románticos pueden resumirse del siguiente modo: énfasis en la libertad creadora, valoración de lo irracional, recuperación de lo popular y lo nacional (en la cultura del pueblo reconocían lo auténticamente nacional). De allí, el interés por lo medieval (la vuelta al pensamiento religioso o mágico) y la recopilación de expresiones de la cultura folclórica. La difusión de cuentos maravillosos contribuyó al desarrollo de un tipo de relato muy próximo: el cuento fantástico.
Aunque el cuento
contemporáneo experimentó algunas transformaciones en su estructura, su estilo
y sus temas, las ideas del escritor norteamericano siguen vigentes. En
especial, su consideración acerca de la brevedad del relato. En el cuento folclórico, la extensión del
relato estaba determinada por una anécdota que presentaba apenas unas pocas
acciones. En el cuento moderno, en
cambio, la brevedad es el resultado de la búsqueda del autor que pretende
lograr una mayor concentración expresiva. En ese sentido, el cuento moderno —si bien mantiene la
finalidad de entretener— abandonó definitivamente el propósito moralizante propio
del relato folclórico. En su reemplazo, persigue una finalidad estética. No
por casualidad, Poe también había observado la íntima relación entre el cuento
y la poesía.