Este concepto
tiene que ver con lo poco razonable, con lo falto de sentido o de conexión
lógica con el resto del texto o de la escena. En la filosofía existencialista,
el absurdo es lo que no puede ser explicado por la razón y lo que niega a la
acción del hombre toda justificación filosófica o política. De todas maneras,
es necesario distinguir entre elementos absurdos en el teatro y teatro del
absurdo contemporáneo. En el primer caso, encontraremos elementos que no
podremos conectar con su contexto dramático, escénico o ideológico. En el
segundo, el hombre está mostrado como un ser cuya acción pierde todo sentido,
significación y objetivo; es incapaz de encontrar algún punto de apoyo que
oriente su accionar.
Históricamente,
el absurdo tiene sus orígenes en Camus — El extranjero, El mito de Sísifo— y
en Sartre - El ser y la nada -; escritores que, en el contexto de la guerra
mostraron al hombre deambulando sin sentido por la vida, en un mundo destruido
y desgarrado.
La pieza
absurda apareció, a la vez, como anti-obra de la dramaturgia clásica, del
sistema épico brechtiano y del realismo del teatro popular.
Existen rasgos propios de lo
absurdo:
- Es nihilista porque es casi imposible recuperar
cualquier información sobre la visión del mundo y las implicaciones
filosóficas del texto y de la representación.
- Utiliza, como principio estructural para reflejar
el caos universal, la desintegración del lenguaje y la ausencia de una
imagen armoniosa de la humanidad.
- Es satírico.
Si bien el
teatro del absurdo ha sido superado como expresión artística pura, algunos de
sus rasgos aparecen en obras actuales y continúan influyendo en la escritura y
en la puesta en escena. Es el caso de la obra Decir sí, de Griselda Gambaro.
Fuente: Lescano, Marta y Lombardo, Silvina; Lengua y Literatura 3 Polimodal; página 163; Ediciones del Eclipse, Buenos Aires; 2000.